He venido aquí a escucharlo durante años, casi cada día sin excepción
y el siempre ha estado ahí, interpretando desde las ramas de los arboles, a
veces en el agua del bebedero o simplemente fuera de vista, pero ahí, acompañado
muchas veces de notas tristes, otras ritmos tan alegres que ni el mismo podía evitar
seguirlos con sus pies. Ese pequeño ruiseñor siempre tenía mucho que cantar; acerca de
todo en la vida común, no siempre de un modo tan común.
Poco a poco ha ido menguando: aún aparece cada día pero ha llegado
al punto en que se limita totalmente al silencio. A veces ya ni siquiera sé si
está ahí.
Creí sería temporal o quizá algo malo le pasaba pero cuando
apareció de nuevo de hecho lucía muy bien. Nunca habíamos cruzado palabra,
siempre me limitaba a lo mio y el a lo suyo, y claro yo me veía beneficiado con la emoción
de lo último pero nunca se habían mezclado. Esta vez simplemente debía intentar.
“Estoy muy bien, gracias por preguntar… ” Respondió “… soy
el mismo de siempre, aunque quizá ese es el detalle. Mira a tu alrededor, he
cantado sobre todo lo que hay, sobre lo que suele pasar aquí o hasta lo que
imagino que puede pasar, pero ya no hay mas. No hay nada que me entristezca,
pero tampoco que me haga feliz. Y está bien, excelente tal vez. No te
preocupaste cuando me escuchabas cantar cosas tristes, lo disfrutaste, ahora
debes aprender a disfrutar del silencio también”
Su tono sugería consejo en esa última parte, más que molestia
de algún tipo, así que solo sonreí y él se despidió cándidamente.
Aún sigo viniendo cada día; sigo escuchando cada día, aun cuando
no halla más que silencio, es también un muy bello silencio.