Un haz de luz dorada. Lo ves pasar junto a ti como estrella fugaz, evitándote por milímetros. Giras y ahí está, inundando los ojos de tu acompañante.
Sabes ya no será igual. Has estado del otro lado.
Sabes lo que es y cómo es: una flecha. La has recibido antes
frente a alguien que probablemente ni siquiera pudo reconocerla volando hacía a
ti o bien no le importó.
Pero yo he estado ahí… me importa.
Intentas hablar, evitar provocar a Anteros pero no hay mucho
que hacer… no te escuchan. Incluso como amigos hacen insinuaciones, preguntan
qué es lo que no tienen, te recuerdan como no quisiste lo que ofrecen y llegan
a tus salidas con ellos luciendo su flamante trofeo extranjero con el que al
parecer tienen mucho más en común pero no dejan de esperar por tu reacción.
Insisten en invocar a Anteros y no puedo culparlos pero él
no necesita línea directa.
Dicen que el amor es ciego y quizá sea cierto pero no como
todos creen. No tiene tanto que ver con apariencias, aunque lo involucre, es
más bien una advertencia. Eros no tiene puntería.
Nadie se salva de él y nadie puede ser puesto bajo su arco a
propósito. No hay nada que puedas hacer pero debes recordar cómo es estar en
ambos lados; tener consideración.
No aceptar no significa desdeñar. Anteros solo puede
castigarme si te hago sufrir, no si lo que hago hace que tú mismo te hagas
sufrir.
Lo que haces ni siquiera es justicia por mano propia, es
vengarte de mí por intentar ser justo… honesto…
Contigo… conmigo…
Malditas cursilerías.