Era un atardecer, claramente, muy a pesar de las nubes. Como
si un atardecer no fuera lo suficientemente dulce amargo para mí.
Estaba ahí… ese alguien… yo también. Por unos instantes fue
lo único que importó.
Sé que pronto partirá, tal vez fuera de mi vida, así que
intento acercarme; abrir la posibilidad de tener una futura despedida. Pero no
pasa esta vez. Hay más presentes, personas que desconozco y que ahora atraen su
atención. Interrumpir no parece correcto.
Voltea hacia mí, no sé si por mí, pero hacia donde mi cuerpo
estaba. No hace nada, así que desvío la mirada y me aparto, pero manteniéndome
cerca.
¿Debí saludar? ¡¿Por qué diablos no pude tan solo actuar
normal?! Doy la espalda al horizonte, sorprendentemente, solo para encontrar de
nuevo su mirada… pero una vez más… nada más.
La lluvia comienza a caer en mi espalda, quizá como un amigo
incitándome a tener valor… por desgracia, jamás he encontrado eso prudente.
Me resguardo a mí mismo, pero el sigue ahí. Parece gustarle
la lluvia, y a mi ese detalle, aun cuando lo comparte con alguien más.
Los veo justo donde yo estaba segundos antes, con sus manos
sintiendo las gotas, apartándose de los demás… y está bien.
Sé que puede ser bueno para él, que podría hacerlo feliz y
eso es lo importante. Realmente creo se lo merece, que al final es como lo quiero
ver: feliz, así que sonrío sin saber por qué… aun más ampliamente al entrar la
pareja de su acompañante.
Jamás me había burlado de mí mismo felicitándome a la vez,
lo primero por mi torpeza, lo segundo porque sé que podré dejar ir
apropiadamente si es necesario. Lo he hecho antes, sí, pero siempre de un modo
forzado; siempre por no tener otra opción ni una ultima visita.
Necesito esa última visita, deshacerme de las dudas y evitar
ese estigma del “hubiera”.
Necesito dejarlo ir a mi manera…
Si no puedo decir “hola”, quiero al menos decir “adiós”.